miércoles, 30 de agosto de 2017

Con la fe en la mochila

Junto con las maletas hoy viajamos con mochilas urbanas que nos permiten llevar todo lo necesario para no tener que volver al hotel hasta la noche. Son mochilas bien surtidas de bolsillos y compartimentos para llevar la crema antisolar, las gafas de sol, el kit navaja multiuso, el medicamento, la mini libreta y el bolígrafo… Sí, están pensadas para poder llevar de todo y no dejarse nada que pueda resultar necesario. 

Y, sin embargo, hay mochilas que por más que abramos bolsillos y revolvamos en su interior, no llevan consigo algo tan importante como es la fe. Puede que fácilmente le demos a la fe el tratamiento de «complemento», que tanto da si la llevamos o no. Ello nos va a permitir ir por la vida de turistas, pero nos inhibe como creyentes. 

En los Hechos de los Apóstoles, capítulo 8, se nos narra cómo un servidor de la reina Candace aprovecha su viaje para ir leyendo la Escritura. La fe acompaña su viaje. Lo ve Felipe y movido por el Espíritu se anima a acompañarlo por un itinerario que lo llevará de la Palabra al bautismo. Se dio el encuentro de fe porque ambos dejaron espacio en su mochila para esa fe. Me permito comentar tres breves situaciones vacacionales donde llevar consigo la fe no es para nada algo irrelevante. Primera: cuando entro en una catedral o iglesia de las tantas que hay en el mundo, no entro como turista. Muy por encima de mi condición de visitante turista, que es ocasional y circunstancial, está el que soy creyente. Mi fe cristiana alcanza toda mi persona con todos sus aspectos. Mi visita es, pues, una visita de fe y oración. Tanto es así que recuerdo a mis hijas, de niñas, preguntar: «¿En esta también vamos a rezar?», a lo que yo respondía: «¿Crees que debemos entrar, salir e irnos sin saludar a Jesús?» 

Segunda: antes de viajar a otras ciudades, a otros países, al programar la ruta, las visitas, el ocio, me informo del horario de misas. Así, el domingo no deja de ser el día del Señor. Hay mucho tiempo para monumentos, museos, parques temáticos, playas… pero también hay un tiempo para Dios, un tiempo importante. La posible escena de «¡Vaya!, hoy ya no hay más misas, he llegado tarde» puede evitarse con cinco minutos de navegar por la red antes de viajar. Tercera: no tiene mucho sentido haber participado por la mañana de la Eucaristía y por la tarde ir a visitar el «Barrio Rojo» de alguna ciudad, donde se expone en escaparates a las esclavas sexuales del siglo XXI. Nuestra fe tiene consecuencias morales e implicaciones sociales. Mi fe no me permite ser cómplice silencioso.


Quique Fernández
(Publicado en: Catalunya Cristiana 1978 [2017])

miércoles, 23 de agosto de 2017

Cuando los planes se tuercen

La vida no es un guión al que uno pueda ajustarse sin que surjan imprevistos. Y las vacaciones no están ajenas a ciertos baches: huelgas de diferentes colectivos, retrasos en los vuelos, un ataque de lumbago el mismo día en que se ha de viajar… todo ello parece que solo les pasa a los demás hasta que nos pasa a nosotros. 

Pero aún hay más, o puede haberlo. La catedral que visitamos está tapada por andamios y lonas debido a las reformas, aquel claustro de nuestros sueños tiene un horario diferente y lo encontramos cerrado… nada nuevo, de ello ya nos habla en el Antiguo Testamento en el libro de Eclesiastés (o Qohélet): «Vi además que bajo el sol no siempre es de los ligeros el correr ni de los esforzados la pelea; como también hay sabios sin pan, como también discretos sin hacienda, como también hay doctos que no gustan, pues a todos les llega algún mal momento» (9,11). 

A todos nos llega algún mal momento. A veces por causas externas, como las ya mencionadas, y otras por nuestros errores, limitaciones y culpas. Sí, también por nuestras culpas. Algunos malos momentos los puedo crear yo mismo a causa de mi orgullo, de mi falta de tolerancia y generosidad. ¿O no empiezan así algunas discusiones con nuestros seres queridos? 

Pero a lo que vamos, ¿qué hacer cuando las cosas se tuercen? Quizá podríamos empezar por darnos a nosotros mismos esos tan buenos consejos que les damos a los demás. Seguro que más de una vez hemos regalado a nuestros familiares y amigos palabras llenas de ánimo, de esperanza. Pero muy pocas veces esas mismas palabras nos las aplicamos a nosotros mismos. ¿Acaso tan solo las decíamos para quedar bien o para salir del paso? 

Como cristianos estamos llamados a vivir la Espiritualidad de la Aceptación, que no es en ningún modo un conformarse o resignarse, que tantas veces desembocan en la amargura. Al contrario, es ser conscientes de que todo no depende de nosotros, que como a todos nos llegará algún mal momento, y que lo que va a distinguir que lo malo no sea peor, que lo malo se nos pueda mostrar, incluso, como oportunidad de crecer en la fe, es nuestra actitud de esperanza. 

¿El desastre es que llueva el día de la boda (que a alguien le ha de llover) o el desastre es que lo consideremos un desastre y, así, lo convirtamos en desastre? Dice el mismo capítulo del Eclesiastés, cuatro versículos atrás: «Anda, come con alegría tu pan y bebe de buen grado tu vino.» La alegría hace mejor el pan, la boda, las vacaciones… la vida.

Quique Fernández
(Publicado en: Catalunya Cristiana 1977 [2017])

miércoles, 16 de agosto de 2017

Parada y fonda

Parada… Todo viaje, sea del tipo que sea y, por tanto, también el vacacional, requiere paradas. Algo así le sucedió a Jesús cuando paró en una fuente a reposar y beber agua y se encontró, o mejor se hizo el encontradizo, con la mujer samaritana (Jn 4). El reposo se convierte en oportunidad para el encuentro y el diálogo, en la posibilidad de descubrir al otro y sus necesidades. 

Es posible que este verano, en algún encuentro reposado, se nos presente la posibilidad de dar testimonio de nuestra fe, razón de nuestra esperanza. En momentos de calma es mucho más fácil mantener un diálogo sincero. Es importante que, desde esa sinceridad, sea presentada la Verdad. Pero también es de igual importancia que la verdad no sea lanzada como pedrada contra nadie. La fe siempre es invitación. Así lo hace Jesús con la samaritana: le presenta la Verdad y le propone abrazarla con sus consecuencias. 

Eso mismo es lo que hace la Amoris laetitia del papa Francisco. Genera encuentro, dialoga con los que pasan por momentos de dificultad o de sombras. Hoy también, como entonces ocurrió en el relato de la samaritana, algunos discípulos se sorprenden o escandalizan de ese diálogo. Hemos de descubrir, todos, que el diálogo también es con nosotros. A todos Jesús nos propone una fuente de agua viva, que lejos de ser agua que se queda estancada, es agua que brota y se transforma en río de agua viva que conduce a la vida eterna… 

   y fonda. Algunos de esos momentos  de reposo son más amplios, intensos y celebrativos. Está bien la parada para beber un vaso de agua fresca y está también muy bien sentarse a la mesa y compartir paella, tinto de verano y conversación con familia y amigos. De por sí, aunque con diferente menú, esta era una de las formas de trato fraternal más frecuentes en Jesús. 

A Jesús le llegan a llamar «comilón y borracho» (Lc 7). Lo hacen los mismos que «Juan el Bautista que no comía pan ni bebía vino, decían: demonio tiene.» Jesús no tiene problema ni se esconde, ya no de comer y beber, sino de incluso hacerlo como amigo de publicanos y pecadores. Es más, en un golpe de humor, el evangelista san Lucas, en este mismo capítulo 7, justo a continuación, relata que un fariseo rogó a Jesús que comiera con él. 

Jesús sabe bien lo que puede dar de sí el fraternal diálogo de sobremesa. A las personas hay que dedicarles tiempo y afecto. Sin eso, la doctrina puede parecer fría, distante… que es justo lo contrario de cómo se muestra Jesús, cercano y amigo.

Quique Fernández
(Publicado en: Catalunya Cristiana 1976 [2017])

sábado, 12 de agosto de 2017

XXVIII Jornadas ABE - Seminario «Biblia y Pastoral»

El seminario de la Asociación Bíblica Española 
«Biblia y Pastoral» 
presentará en las XXVIII Jornadas de la Asociación, en Málaga, dos comunicaciones:

Año internacional de la Biblia y otras actividades conmemorativas, organizadas por la FEBIC, por Jan Stefanów

En el año 2019 la Federación Bíblica Católica (FEBIC) celebrará el 50 aniversario de su fundación y el año siguiente conmemoraremos el 1600 aniversario de la muerte de san Jerónimo. Estos dos acontecimientos sirven de marco de varias iniciativas de carácter conmemorativo, bíblico-pastoral, formativo y estructural, emprendidas por la FEBIC, que serán presentadas en esta comunicación de su Secretario General, Jan Stafanów.

Semana de la Biblia en Cataluña, por Javier Velasco-Arias

El año pasado, por primera vez, organizamos a nivel de todas las diócesis de Cataluña, la «Semana de la Biblia», que concluyó el primer domingo de Adviento, con el «Día de la Palabra».
Una iniciativa de la Asociació Bíblica de Catalunya, avalada por todos los obispos de la Tarraconense, y que tuvo un importante eco eclesial y mediático. Se consiguió la implicación de las diez diócesis catalanas y de un gran número de estamentos eclesiales, de diversas confesiones cristianas, del mundo de la cultura y del arte, de mass media, etc. Y con actividades muy diversas y diseminadas por toda Cataluña alrededor de la Palabra de Dios.
Actualmente ya estamos en la organización y preparación de la segunda «Semana de la Biblia», que este año será del 27 de noviembre al 3 de diciembre.
Será presentada por Javier Velasco-Arias, coordinador del Seminario y responsable del Secretariado de Animación Bíblica de la Pastoral del obispado de San Feliu de Llobregat (Barcelona).


* Para toda la información de las Jornadas de la ABE

miércoles, 9 de agosto de 2017

Caminar bien acompañados

Cuántas veces habremos oído decir o, incluso, nos habrán dicho a nosotros que es mejor «estar solo que mal acompañado». No seré yo quien le quite su valor a esta frase que reconozco contiene una buena dosis de sabiduría. Pero… prefiero fijar mi mirada en la vertiente positiva y, por tanto, reformular la frase, creo que con la misma base de sabiduría, para así poder decir que mucho mejor que estar solo es el ir bien acompañado. 

De ahí, por tanto, la importancia del «compañero de camino». Nos lo muestra en el Antiguo Testamento el Libro de Tobit (o Tobías). Tobit envía a su hijo Tobías a un viaje con una misión concreta y, en apariencia, relacionada tan solo con la economía familiar. Sin embargo, cuando el Espíritu tiene espacio en nuestras vidas y dejamos que nos sorprenda… el viaje tendrá como culmen el matrimonio con Sara, a la que se le han muerto ya siete maridos en el lecho de bodas. Pues bien, Tobías va a hacer el viaje acompañado de un compañero que en realidad es el arcángel Rafael, enviado de Dios, que le ayudará a que los planes salgan bien, aunque sean planes imprevistos porque estamos ante la aventura de vivir. 

Hacer camino acompañado de un enviado de Dios nos puede reportar unas ventajas nada desdeñables: su presencia nos hace presente a Dios, nos aconseja con la sabiduría de Dios, nos aleja del desánimo y el desencanto, de la insatisfacción y la frivolidad… Mi viaje de ocio, de vacaciones, no está inevitablemente destinado, por un guión prefijado, a ser tan solo lo que muestra la apariencia en forma de guión. Dios nos ayuda, por medio de sus enviados, que pueden ser ángeles pero que, habitualmente, son familiares y amigos que nos quieren, acompañan y guían bien. 

En clave cristiana, el gran compañero de camino, el que no puede faltar es Jesús de Nazaret, el Buen Pastor que nos guía por cañadas seguras y nos conduce hasta verdes praderas en las que reposar (Salmo 23). Eso lo saben bien los caminantes de Emaús, que caminaban perdidos y temerosos y, como a Tobías el arcángel Rafael, se les apareció un tercer caminante que resultó ser Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Así, acompañado de Jesús cuando, por ejemplo, entro en una catedral no soy solo un turista, soy un discípulo seguidor de Jesucristo. En cambio, desde esa misma identidad creyente, declino participar de ofertas turísticas lujosas o frívolas. A ello también me ayuda, junto a Jesús, caminando atenta a nuestras necesidades, su Madre, Santa María del Camino.

Quique Fernández
(Publicado en: Catalunya Cristiana 1975 [2017])

miércoles, 2 de agosto de 2017

¿Qué poner en la maleta?

Reconozco, ya de entrada, que me produce bastante pereza o desgana hacer la maleta. Tener que escoger lo que pondré en ella y, por tanto, descartar lo que no llevaré, tratando de acertar sobre variables tan escurridizas como qué tiempo va a hacer o cuánto tiempo podré dedicar a actividades complementarias, como por ejemplo leer. Tanto es así que la hago siempre en el último momento.

Aun así, me va a resultar difícil evitar los dilemas sobre qué cantidad de mangas cortas o de bermudas llevar, o cuántos libros. Porque lo que está en riesgo es llevar ropa que no nos pondremos o libros que no leeremos y, en cambio, dejarse lo que sí acabará resultando necesario. A fin de cuentas, hacer la maleta es una tarea que requiere de ciertos criterios de utilidad provechosa.

Jesús nos da una importante pista a la hora de viajar y decidir qué llevar en nuestra maleta: «No llevéis oro ni plata» (Mt 10,9). Mi maleta, pues, no debe ir demasiado cargada, y por extensión tampoco mi viaje debe, ser sobrecargado. Cuando Jesús habla de «oro y plata» se refiere, sin duda, al exceso de lujo. Ni mi viaje ni mi equipaje, si quiero que correspondan verdadera mente a un cristiano, deben ser lujosos. Y cuando se habla de lujo también cabe entender el excesivo confort. Es decir que el «oro y plata» también se pueden traducir por hoteles, restaurantes o cruceros de lujo.

Dicho de otro modo, mi equipaje no puede ser excluyente, a causa del lujo, de las necesidades de mis hermanos, especialmente los más débiles. En mi maleta ha de caber mi hermano. No se trata de meterlo literalmente a él. Pero, además, en mi maleta debe quedar espacio para todo lo que voy a vivir, experimentar y aprender de los demás. Una maleta sin espacio libre no admite nada de nadie. Es intolerante, fundamentalista. Ya lo tiene todo, ya lo sabe todo, no necesita nada porque es autosuficiente, se siente completa. Esa soberbia nunca será de Dios, Él siempre está en la sencillez.

Nos dice el libro de Proverbios: «La Sabiduría está con los humildes» (11,2). Así, además del espacio para el hermano y para lo que él me puede aportar, dejaré sitio en la maleta para Dios. Su Palabra, su Sabiduría, la Biblia, en formato libro, aunque solo sean los Evangelios, o en formato electrónico, en tablet o móvil, hará que el equipaje y el viaje sean más agradables a Dios.

Quique Fernández
(Publicado en: Catalunya Cristiana 1974 [2017])