La Dra. Núria Calduch-Benages ens presenta tres llibres nous de divulgació bíblica:
* Nascuts per la joia (versió en català) / Nacidos para la alegría (versió en castellà).
* Oberts a l'eperança (versió en català) / Abiertos a la esperanza (verrsió en castellà).
* Escrits de joventut
Seran presentats el proper 5 de novembre, a les 18h.
A la Llibreria Paulinas de Barcelona - Rda. Sant Pere 19, Barcelona.
Intervindran en l'acte:
- Dr. Joan Ferrer Costa, biblista, professor a la Universitat de Girona.
- L'autora: Dra. Núria Calduch-Benages, biblista, professora de Sagrada Escriptura a la Universitat Gregoriana de Roma, membre de la Pontifícia Comissió Bíblica, membre de la Comissió d'estudi sobre el diaconat de les dones.
viernes, 28 de octubre de 2016
Presentació llibres de Núria Calduch-Benages
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jueves, 20 de octubre de 2016
Sinaí, nuevas oportunidades
Moisés, el patriarca y liberador, no fue profeta en su tierra, o mejor dicho entre su pueblo. Acaba de liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto y el pueblo le echa en cara una y otra vez las dificultades del camino, un camino que es desierto. Tanto es el desagradecimiento del pueblo a Dios y a Moisés que llegan a decir:
«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos! Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea.» (Ex 16, 13).
Aún peor será la rebeldía e infidelidad a Dios ante la impaciencia por la tardanza de Moisés en el Sinaí. Se harán su propio “dios”, el becerro de oro, y darán vía libre a sus apetencias más egoístas.
Pero tanto en el desierto como en el Sinaí, Dios va a mostrar que cuando dijo que liberaría a su pueblo, se refería tanto a la liberación del opresor externo como a la esclavitud del egoísmo. Y Dios va a tener mucha, mucha, mucha paciencia con un pueblo “quejica”, desagradecido, rebelde, infiel. Lo va a hacer con mucha paciencia y con mucha misericordia, otorgándoles una oportunidad detrás de otra.
Quizá el culmen de esta misericordia se visualiza en perdonar la idolatría del becerro de oro y volver a conceder por segunda vez sus “Diez palabras” de felicidad y salvación. Pensemos que el pecado del becerro de oro es mucho más de lo que se ve. El gran pecado no es otorgarle una importancia cultual desmedida al becerro. No, el pecado más grande no está en el becerro mismo. El pecado más grave es el abandono que se hace de Dios, el empujón que se le da para que salga de sus vidas. Así, lo más grave no será el desenfreno sino la desesperanza que lleva a la traición y la traición que lleva a la desesperanza. Y por tanto, el pecado más grave que Dios perdonará generoso desde su misericordia es un pecado contra el mismo Dios.
Este capítulo de la historia de la salvación me recuerda a otro muy conocido. Al igual que con la liberación de Egipto, también en la entrada de Jesús a Jerusalén se desbordó la alegría. Una multitud clamando “Hosanna”. Pero de esa alegría, en pocos días, pasamos a momentos tristes y difíciles. Han prendido a Jesús, Pilato pregunta y muchos gritan “crucifícale”.
En algunas meditaciones se cuestiona como los que decían “Hosanna” pueden al poco decir “crucifícale”. Yo nunca he pensado que fuesen los mismos. En Jerusalén, en Pascua, había gente suficiente para lo uno y para lo otro. Lo que yo sí me pregunto es dónde estaban los primeros, los del “Hosanna” cuando los segundos gritaban “crucifícale”. ¿Dónde estaban? Seguramente les pasó lo mismo que en el desierto y el Sinaí. La desesperanza les llevó a la traición del abandono.
Y también en esta ocasión Dios va a perdonar lleno de misericordia ese abandono. Lo va a hacer por todo lo grande. Si en Sinaí volvió a regalar sus “Diez palabras”, aquí la segunda oportunidad será su Palabra resucitada. Jesús, el Hijo de Dios, que ha sido abandonado en el pretorio, vuelve a la vida y da una segunda oportunidad. Este es el acto más misericorde de Dios hacia nosotros.
Dios nos lo perdona todo. Estos días de violencia salvaje contra los cristianos nos podemos preguntar ¿vamos a perdonar?
Quique Fernández
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lunes, 3 de octubre de 2016
Año jubilar en la Biblia
Los textos principales sobre el Año Jubilar en la Biblia los
encontramos en las prescripciones del Levítico, formando parte del llamado
«Código de santidad». Es una conmemoración que se celebraba cada cincuenta
años, y parte de la convicción de que todo pertenece a Dios, al Dios Santo, al
que deben servir en santidad todos los miembros del Pueblo de Dios.
Haz el cómputo de siete
semanas de años, siete por siete, o sea, cuarenta y nueve años.
A toque de trompeta darás un
bando por todo el país, el día diez del séptimo mes. El día de la expiación
haréis resonar la trompeta por todo vuestro país.
Santificaréis el año cincuenta
y promulgaréis la liberación en el país para todos sus moradores. Celebraréis
jubileo, cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia.
El año cincuenta es para
vosotros jubilar, no sembraréis, ni segaréis lo que brotó espontáneamente, ni
vendimiaréis las viñas no cultivadas.
Porque es jubileo, lo
considerarás sagrado. Comeréis de la cosecha de vuestros campos. En este año jubilar cada uno recobrará su
propiedad (Lv 25,8-13).
Es un año santo, un año del perdón (dado y recibido: se
iniciaba después de la celebración del «Día del perdón», anunciado al toque del
cuerno o trompeta, para que todo el pueblo fuese consciente de que debía ponerse
en paz con el prójimo, para poder participar del perdón divino); un año de
alegría, de júbilo; un año de redistribución de las tierras y de las riquezas
(todo pertenece a Dios, el ser humano sólo es administrador, usufructuario); un año de la
libertad (nadie es esclavo ni dueño de nadie), de la justicia social; un año de
respeto por la tierra, por todo lo creado (hoy diríamos una celebración ecológica)…
Unos fundamentos bíblicos a tener en cuenta en la
celebración de nuestros años jubilares y, en concreto, del Año jubilar de la
Misericordia que estamos celebrando. No es cuestión de «ganar» unas
indulgencias (y menos si estas no se viven en referencia al perdón gratuito de
Dios, un perdón que estamos llamados a practicar), ni de vivir una religiosidad
del mérito: las gracias (o indulgencias) que recibimos (no que ganamos) son un
don de Dios, un regalo divino. Exigen, lógicamente, nuestra respuesta desde la
libertad; pero la respuesta es siempre aceptación de la gratuidad.
No podemos olvidar tampoco los componentes de liberación, de
justicia social, de redistribución de las riquezas, de una sana y necesaria
ecología…, siempre desde la perspectiva de un Dios misericordioso, al que
debería corresponder un Pueblo de Dios misericordioso.
El papa Francisco invita a tomarnos en serio estas actitudes
irrenunciables en un Año jubilar de la Misericordia, al estilo de la Palabra de
Dios:
En este Año Santo, podremos
realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más
contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno
dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen
en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz
porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los
pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas
heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la
misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos
en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e
impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos
para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la
dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras
manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor
de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se
vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que
suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo (MV 15).
Javier Velasco-Arias
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