viernes, 31 de agosto de 2018

¿Un Dios parcial?

Vivir en la opresión
El inicio de la narración de la situación del pueblo de Israel en Egipto, descrito en el libro del Éxodo, es dramático. Los israelitas padecen una situación grave de injusticia, de opresión, de servidumbre y claman al Dios de la Biblia.

«Durante este largo período murió el rey de Egipto; los israelitas, gimiendo bajo la servidumbre, clamaron, y su clamor, que brotaba del fondo de su esclavitud, subió a Dios.
Oyó Dios sus gemidos, y acordose Dios de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel y conoció»
(Éxodo 2,23-25).

Dios no abandona a su pueblo
Los israelitas, desde la opresión de la servidumbre, lloran y gritan a Dios. Su oración no es precisamente rutinaria, nace del dolor y del sufrimiento por la injusticia. Su única esperanza es en Dios. ¿El Señor los escuchará? ¡El Dios bíblico nunca se hace el sordo! No abandona a su pueblo, no se olvida de los que padecen injustamente.

Dios no es un mero observador de la historia –como en muchas ocasiones es presentado o imaginado–; Él escucha su clamor, recuerda su alianza, mira la humillación que están padeciendo, conoce a su pueblo.

Dios oye, se compadece, es fiel
En la antropología bíblica, escuchar, recordar y mirar son verbos, acciones que implican a toda la persona, que indican la totalidad. Dios se involucra en la historia humana, toma partido por los más débiles: los escucha, los mira compadeciéndose, es fiel a sus promesas.

Dios conoce a su pueblo
Dios también «conoce» a su pueblo. El verbo «conocer» en hebreo tiene un sentido de intensidad, de relación personal, de intimidad. El Dios de Israel no conoce superficialmente o de oídas, conoce en profundidad, hace suyo el sufrimiento del oprimido. Ama intensamente a sus hijos necesitados, se compadece de ellos.

Un Dios «parcial»
El Señor de la historia aparece como un Dios «parcial», Alguien que se pone del lado del más débil, del oprimido, del pequeño… Aquellos que no tienen quien les defienda, que nadie apuesta por su causa, tienen de su parte al Señor.

Dios ama por igual a todos sus hijos e hijos, pero le preocupan, le ocupan de una manera especial los más débiles, los más frágiles, aquellos que no cuentan a los ojos humanos…, pero son sus hijos predilectos. Es un Padre-madre que cuida amorosamente a sus pequeños. Así nos lo describe el libro del profeta Isaías: «¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré» (Isaías 49,15).

El narrador bíblico está preparando la teofanía en el monte Horeb, donde Dios se manifestará a Moisés. Dios actúa, se implica en la historia humana. El Dios de Israel, el Señor de la historia se involucra en la vida y en las vicisitudes de su pueblo, de sus fieles.

Para la oración
·                    Mi oración, mi diálogo con Dios nace desde la confianza de un hijo esperanzado, que se fía plenamente de su Padre. ¿Estoy realmente convencido que el Señor siempre escucha?
·                    ¿Creo en un Dios que se implica en la historia humana, en mi historia personal? O mi percepción de Dios es de Alguien lejano, ausente, que no se interesa para nada por mis problemas o preocupaciones, que «pasa» de nuestras inquietudes, alegrías o desgracias cotidianas, de las mías  y de las del mundo en general.
·                    Las situaciones de injusticia, de dolor, de opresión que sufren otros seres humanos ¿las siento como propias? ¿considero que son mis hermanos? O, por el contrario, ¿me autoconvenzo que no son mis problemas ni los de mi familia; que son extranjeros o inmigrantes que vienen a empobrecernos, a conseguir las ayudas sociales que nos corresponden sólo a nosotros; que trabajen, que solucionen sus dificultades en su país de origen? He de persuadirme, de convencerme, que esa actitud, esos criterios no tienen nada que ver con el mensaje de la Palabra de Dios, con el Evangelio de Jesús. O cambiamos de actitud o dejemos de llamarnos cristianos (seguidores de Jesús), porque es incompatible.
·                    Dios escucha, mira, recuerda, conoce… las desgracias del pueblo de Israel en Egipto. ¿Yo también escucho a quien me pide ayuda, a quien requiere mi atención, a quien necesita que alguien (yo, tú) le atienda? ¿Miro con compasión al necesitado, padezco con él su desgracia, la hago mía (compasión = padecer con)? ¿Recuerdo que el ser cristiano me compromete en el amor al prójimo como a mi mismo? ¿Conozco existencialmente su sufrimiento; lucho por acabar con toda clase de injusticia en un mundo injusto?
·                    El Dios de la Biblia es un Dios «parcial» que siente predilección por sus hijos más vulnerables, más pobres, más desamparados, por aquellos que sufren el horror de la guerra o la violencia de la persecución política, étnica o religiosa… Nosotros como seguidores del Dios de Jesús no debemos, no podemos permanecer impasibles, distantes, despreocupados ante estas situaciones:
«”Porque tuve hambre (dice Jesús) y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; era forastero y no me hospedasteis; estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”.
Entonces también éstos replicarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o forastero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te socorrimos?”.
El les responderá: "Os lo aseguro: todo lo que dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, conmigo lo dejasteis de hacer".»
(Mateo 25,42-45).

Javier Velasco-Arias
(Publicado en Lluvia de rosas 682 [2018] 9-11)

viernes, 17 de agosto de 2018

Barcelona: hoy hace un año

Hoy hace un año de los atentados terroristas en Cataluña que sesgaron tantas vidas y dejaron diezmadas tantas familias, y el dolor continúa.

Acabo de volver de las Ramblas de Barcelona y he encontrado muchas personas haciendo memoria de ese día fatídico. Unos llorando, otros en silencio, algunos estábamos orando..., y la gran mayoría con un gran respeto por el memorial de estos eventos.

Es incomprensible que seres humanos atenten contra la vida de otros seres humanos en: Barcelona, ​​Madrid, París, Londres..., pero, también en Yemen, Siria, Arabia Saudí y, por desgracia, un largo etcétera.


Cuando aprenderemos a respetar a quien piensa o cree diferente; cuando nos daremos cuenta de que todo ser humano, por el hecho de serlo, es acreedor de una misma dignidad. Cuando seremos conscientes de que una persona es más importante que una idea religiosa, política o de cualquier tipo.

Al mediodía nos ha empapado una lluvia intensa, que nos ha hecho salir corriendo. Parecía que el cielo lloraba y se unía al dolor de un pueblo, al desconsuelo de la Humanidad...

Javier Velasco-Arias

viernes, 27 de julio de 2018

Dos mujeres audaces y misericordiosas

El libro del Éxodo, segunda obra de la Torá (más conocida en el mundo cristiano como Pentateuco) y de toda la Biblia Hebrea, nos narra la salida liberadora, o éxodo, del pueblo de Israel de Egipto. Pero todo comienza con la decisión valiente de dos mujeres que deciden oponerse, aunque de manera astuta y eficaz, a los planes del Faraón.

Contexto histórico
La situación con la que se inicia la narración es muy diferente a la de la historia de «José y sus hermanos». Inmediatamente después de enumerar las familias hebreas que entraron en Egipto, el narrador nos traslada a una época difícil para los sucesores de los hijos de Jacob-Israel (Éxodo 1,1-14).

Un período penoso, duro, en el que serán tratados como esclavos y sometidos a un trato denigrante. El rey de Egipto opresor será plausiblemente Ramsés II (s. XIII a.C.), aunque el autor sagrado no nos proporciona su nombre: por desconocimiento o de forma consciente; no lo sabemos con certeza. El ser obligados a trabajar en la construcción de la ciudad de Pi-Ramsés (Éxodo 1,11) avala la hipótesis de quién es el Faraón de aquella época.

Esclavitud del pueblo de Israel
La vida del incipiente pueblo de Israel no es nada fácil. El relator nos la describe someramente, pero con gran intensidad: «Los egipcios sometieron a los israelitas a cruel servidumbre, y amargaron su vida con rudos trabajos en arcilla, en adobes, en todas las faenas del campo y en toda suerte de labores, acompañadas de malos tratos» (Éxodo 1,13-14). Los verbos y sustantivos que descubrimos en el texto no dejan lugar a dudas: sometidos, cruel servidumbre, amargaron su vida, rudos trabajos, malos tratos…

Si esto no fuera suficiente, el rey de Egipto decide asesinar a todos los recién nacidos varones, con el fin de evitar que con el tiempo se conviertan en posibles soldados contra él y contra Egipto (Éxodo 1,15-16.22).

Dos mujeres: Sifrá y Púa
Pero entran en escena dos mujeres egipcias, parteras de profesión. Ellas serán las encargadas de ejecutar las órdenes del monarca y consumar el infanticidio de los niños hebreos. Son dos mujeres con nombre: Sifrá y Púa. Es curioso que para el narrador bíblico estas dos mujeres tengan nombre, el Faraón, no (Éxodo 1,15). El protagonismo de las dos no puede pasar desapercibido para el lector-oyente del relato: serán ambas instrumento de la misericordia del Dios de Israel.

Dos mujeres valientes, osadas, audaces. Capaces de poner en peligro su propia integridad física por oponerse a unas ordenes injustas, inicuas, inmorales, arbitrarias... Pero, inteligentes; justifican su desobediencia en la imposibilidad de cumplirla: «Es que las hebreas no son como las mujeres egipcias. Son más vigorosas y dan a luz antes que llegue la partera» (Éxodo 1,19). Actúan de forma ilegal (desobedecen una ley), pero justa y misericordiosa: no siempre se identifican legalidad y justicia. Su profesión (parteras) implica dar la bienvenida a la vida, ayudar a que ésta se abra camino; no sesgarla, destruirla. Ello significará la alabanza del narrador y el favor del Dios todo misericordia: «Dios favoreció a las parteras. Y el pueblo seguía creciendo y fortaleciéndose. Por haber temido a Dios las parteras, él les concedió numerosa descendencia» (Éxodo 1,20-21).

Para la oración
  • El texto narrativo es de una gran belleza. Los protagonistas del relato no dejan a nadie indiferente. Y la situación descrita nos proporciona abundantes pistas para nuestra oración.
  • Las situaciones de injusticia son de entonces y siguen siendo, por desgracia, de actualidad. ¿Qué actitud adopto ante dichas injusticias? ¿Soy mero espectador o me implico en la solución, según mis posibilidades?
  • Los medios de comunicación (prensa, revistas, TV, Internet, etc.), en muchas ocasiones, nos vuelven inmunes, meros observadores distantes de atropellos de los derechos humanos, de violencia gratuita, etc. Y dichas noticias se convierten, con frecuencia, en informaciones en las que no nos sentimos implicados. Con lo que, en cierta manera, nos convertimos en cómplices de dichas situaciones. ¿Qué debo hacer, como cristiano, para salir de la «rueda» de la indiferencia generalizada?
  • Las dos parteras de nuestra narración, Sifrá y Púa, se implicaron activamente en evitar la injusticia, a sabiendas que dicha actitud les podría complicar mucho la vida; podían ser represaliadas muy duramente (cárcel, torturas o, incluso, ajusticiadas) por su desobediencia manifiesta. ¿Hasta dónde estoy yo dispuesto/a a involucrarme por defender los derechos de los otros?
  • ¿Cómo defiendo la vida? Frente al aborto, la eutanasia, pero también… la violencia contra las personas, las situaciones de injusticia crónicas, los derechos de los más vulnerables…
  • El participar económicamente, de forma periódica, con alguna ONG de confianza es inexcusable. Pero, no puedo conformarme, o acallar mi conciencia, con dar algo de dinero (de lo que me sobra). Mi compromiso ha de ser más activo: participar en campañas, manifestaciones, recogida de firmas, ceder parte de mi tiempo o de mis vacaciones, etc. Cada uno debe valorar lo que puede y lo que debe hacer. Cada mujer y cada hombre es mi hermana, mi hermano (de cualquier raza, origen, religión…). Católico significa «universal»: ¿me lo creo o lo utilizo como una etiqueta excluyente?
Javier Velasco-Arias
(Publicado en Lluvia de rosas 681 [2018] 9-11)

jueves, 26 de julio de 2018

Los abuelos de Jesús

Hoy, 26 de julio, es el santo de los abuelos de Jesús, Joaquín y Ana, patrones de todos los abuelos y abuelas.

«Y, al día siguiente (Joaquín) presentó sus ofrendas, diciendo entre sí de esta manera: Si el Señor Dios me es propicio, me concederá ver el disco de oro del Gran Sacerdote. Y, una vez hubo presentado sus ofrendas, fijó su mirada en el disco del Gran Sacerdote, cuando éste subía al altar, y no notó mancha alguna en sí mismo. Y Joaquín dijo: "Ahora sé que el Señor me es propicio, y que me ha perdonado todos mis pecados. Y salió justificado del templo del Señor, y volvió a su casa".
Y los meses de Ana se cumplieron, y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: "¿Qué he parido?". La partera contestó: "Una niña". Y Ana repuso: "Mi alma se ha glorificado en este día". Y acostó a la niña en su cama. Y, transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña, y la llamó María.»
(Protoevangelio de Santiago [apócrifo] V,1-2)

lunes, 16 de julio de 2018

Lectura creyente de la Palabra de Dios

La diócesis de Santander vive su vigésimo tercer año en lo que respecta a la animación bíblica. Desde su inicio se ha hecho un largo y fructífero camino en torno a la luz de la Palabra de Dios.

Todo comenzó con la preparación al Año Jubilar 2000. Tres años antes, surgió la pregunta en el seno del Consejo Presbiteral: ¿Qué ha de significar evangelizar en el 2000, en esta Iglesia diocesana? La respuesta fue que había que acercar el evangelio al pueblo de Dios. Y esto había que realizarlo de forma fácil y comprensible, en tono existencial, hasta percibir su incidencia en la vida habitual de los creyentes.

El entonces obispo de Santander, D. José Vilaplana, encargó a la Casa de la Biblia, en la persona de su director, D. Santiago Guijarro, la preparación de un material que respondiera a esta inquietud. La idea era poder leer cada año un libro de la Biblia. Se llevaron a cabo unas jornadas de preparación para designar los animadores de grupos (a los que se les preparaba de forma sencilla) Y se hizo la convocatoria general en las parroquias. La respuesta para la formación de grupos fue numerosa, no menos de cuatro mil. Y se pusieron en funcionamiento los grupos en reuniones semanales o quincenales. Desde entonces se ha hecho un largo recorrido tanto por el Nuevo como por el Antiguo Testamento, así como también se ha realizado los ciclos dominicales. En diversos años se han realizado también las llamadas Semanas Bíblicas en las parroquias, así como alguna peregrinación a Tierra Santa.

Su dinámica está inspirada en el esquema de la Lectio Divina. Se parte de la vida, lectura del texto con explicaciones, se interpreta desde la vida actual y se termina orando lo acogido. En este sentido, la clave no está en aprender grandes conocimientos bíblicos, sino en dejarse interpelar por la Palabra y desembocar en la conversión.

¿Valoración? Ha sido y es una de las experiencias pastorales más significativas de la vida de nuestra iglesia. Por la generación de grupos parroquiales, por la familiaridad con la Palabra de Dios, por su aportación al crecimiento de la fe, hasta culturalmente por su aportación a la lectura de personas que no leían, por el descubrimiento de lo que ahí había y se desconocía.
¿Claves importantes en su desarrollo? El que se estableciera como objetivo central y fundamental en el Plan Diocesano de Pastoral de aquellos años. Y también el que se constituyera el Servicio Bíblico Diocesano, dependiente de la Delegación de Catequesis, encargado de proponer, animar y ayudar en toda la dinámica del proceso.

La realidad actual es de alrededor de cien grupos diferentes de animación bíblica de la pastoral, que se reúnen asiduamente para compartir la Palabra de Dios.

Juan J. Valero Álvarez